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LA MÁQUINA FLAMENCA DE PACO SÁNCHEZ
Entre la luz y la oscuridad, en mitad del silencio sonoro de la noche, se
escucha el sonido de un clic-clic, que acompasa el lamento siguiriyero de un
¡ay! y que duele como un puñalada en el corazón. De pronto, la imagen del
cantaor ya ha quedado aprehendida en la memoria de la máquina, a la espera
de su revelación en el papel.
La cara del cantaor, al instante, se transmuta cuando se arranca por
alegrías y los melismas se enredan de nuevo al compás de otro clic-clic; en
el rostro del cantaor, más tarde, la fotografía ya refleja el rostro del
cantaor que parece que sintiera una hemorragia de placer.
La máquina flamenca de Paco Sánchez, siempre atenta a los quiebros y matices
de la voz, a los sonidos de los bordones y a los dedos que recorren el matiz
improvisando una falseta, al desplante cabal de la bailaora, espera que
llegue el momento preciso del instante de la fotografía.
En ese preciso instante ya se ha producido la inmortalidad del retratado, en
ese instante preciso el duende ya se ha fundido como una escultura o un
retrato al óleo, con la máquina de Paco y su manera flamenca de entender el
flamenco.
La máquina flamenca de Paco Sánchez, siempre fiel a los amigos, no solamente
busca el espectáculo de las tablas, también se recrea en la trastienda de
las bambalinas, y disfruta de la reunión íntima en un cuarto de cabales. La
máquina de Paco Sánchez es flamenca, por derecho, por los cuatro costaos.
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