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En la fotografía de Paco Sánchez encontramos la memoria viva de un
testigo en primera fila, contada en primera persona a modo de urgente
crónica, que recoge parte de la historia, pero también de la intrahistoria,
esa que casi nunca aparece en los papeles, aunque muchas veces merecería
quedar plasmada para el conocimiento de los demás; porque el flamenco es
esencialmente humano: hecho de vivencias y de tiempo.
La lectura de sus fotografías, siempre amena pues la narración nunca es
inhóspita, nos conduce de manera suave hacia el conocimiento y el placer de
los ojos; pero ante todo, nos adentra en el mundo de las personas, sean
éstas más o menos populares entre la gran familia flamenca.
Casi sin darnos cuenta, el fotógrafo nos lleva de la mano a la galería de la
ternura, de la amistad, de la admiración y de la pasión. Hábilmente,
haciéndonos cómplices de una parte de sus vidas, de esos momentos en los que
al final siempre queda la palabra y el recuerdo de quienes nunca serán
olvidados, toda vez que resume, en un acogedor y gozoso ejercicio artístico,
momentos de gloria y de alegría; pero también de honda tristeza por los que
ya no están y de infinito cariño para los que siguen. |
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